Puede que escribir un mes y medio después sea un sinsentido,
pero cualquier cosa puede llegar a serlo. Hoy me desperté realmente temprano y sentí que
estaba perdiendo el tiempo en cama. So, este milagro es el resultado de una
inspiración repentina que estoy teniendo, pero también cierta intención previa que Óscar ha conseguido fomentar en mí esta semana.
Hablemos de Ucrania…
Nos acercamos a Львів (ukraniano), Lwów (polaco)
o Leópolis en español (¿¿¡¡¡!!!???), la ciudad más grande cercana a la frontera
Ucrania-Polonia, porque Óscar quedó un domingo con unos recreadores de un
pueblo del este polaco. ¿Por qué no aprovechar los viernes libres de Desi y el
sábado para darnos una vuelta? Así que nos buscamos alguien que nos hospedase y
guiase en Lviv via couchsurfing.org, y allá fuimos. (Mi intención es hablaros
algún día de CouchSurfing, que es lo que usé también para hospedarme en Gdansk,
pero por el momento, mi amigo Grilo os puede dar una idea aquí).
Así que salimos el jueves 1 de noviembre de madrugada, y tras cambiar mil
veces de tren y bus, pasar el control fronterizo andando, que nos dejasen una
marquita ucraniana en el pasaporte, etcétera etcétera, llegamos a Lviv sobre
las 12 del viernes. Un viaje de más de 300km por solo 8 € significa un viaje de
horas. Si los trenes polacos no son gran cosa, no os imagináis los buses
ucranianos. ¡Y a empezar a explorar!
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Amigos del estraperlo |
Mi primera impresión al salir de la estación: ¿qué hace toda esa gente ahí parada, mirándonos
y sonriendo sospechosamente? Óscar no saques el mapa, ya parecemos bastante
guiris. ¡Escapemos de la masa! Yo me sentía el centro de atención, y recién
llegada, no muy segura en un país del que dicen que a unos los turistas no les
gustan un pelo, y a otros (policía) les gusta aprovecharse de ellos.
Segunda impresión cuando empezamos a andar dirección el casco antiguo: qué gris y contaminada está esta ciudad. Para
mí respirar fuera del centro fue una odisea.
Pero por supuesto las apariencias engañan. El centro de Lviv es realmente bonito, y la ciudad, que fue polaca, austrohúngara, y soviética antes de pertenecer a Ucrania, no es en absoluto hostil, sino todo lo contrario; realmente cosmopolita a su manera, no a la manera en la que podemos entender una ciudad occidental como París, por ejemplo. Pero además de un turismo creciente sobre todo en verano, y este pasado con la Eurocopa mucho más, la historia ha llevado a polacos, armenios, judíos (ya no son una comunidad importante como lo eran a principios del s.XX - 25% de la población total de Lviv), bielorrusos, rusos, y por supuesto ucranianos, a convivir en esta ciudad, con la consiguiente variedad de lenguas, idiomas y tradiciones.
De hecho, serán bilingües o trilingües, pero es complicado que entiendan inglés. Así que
Óscar, que se acordaba de más cosas de ruso que yo, fue el intérprete
oficial del viaje, y así nos desenvolvimos, con un par de chapurreos y tonterías. Que al final resulta que el ucraniano que se habla en Lviv se
parece más al polaco. Pero su mezcla de idiomas está ahí, así que entender nos entendieron, ¿no?
Una vez en el centro Óscar empezó a encontrar monedas y a
pensar que se estaba haciendo rico hasta que nos dimos cuenta de que una moneda
ucraniana con un numerito 1 es la décima parte de 1 céntimo de euro, por muy bonita que sea. Y cuando tienes una grivna solo
tienes 10 céntimos de euro. Pero esos 10 céntimos de euro ya tienen su propio billetín,
que guardo en alguna parte del desorden del piso. Pero sí, para cualquier
turista la vida en Ucrania es barata (no tanto los souvenirs, claro). Aunque de
primeras leer que piden 10 grivnas por una cerveza eche para atrás, en realidad te están
vendiendo una cerveza de 0,5l por 1 euro. El litro de vodka de 30 grivnas no
es más que 3€, y el tabaco debe ser también exageradamente barato. De ahí que
te encuentres la frontera de polaca llena de gente vendiéndote cositas que
trajeron de Ucrania a un precio igualmente ridículo.
Y entre iglesia e iglesia, moneda y moneda, todo lo que yo
pude conseguir fue una cagada de pájaros ucranianos. Que oye, es un souvenir original.
La plaza principal de Lviv es bien bonita con edificios de colores y unas fuentes
con estatuas de dioses romanos, que antiguamente daban aguas de distintas calidades,
la casi insalubre para los pobres, la mejor para los nobles, según nos contó nuestro
huésped Yauhen. También nos enseñó un pocito bien majo dónde, según cuenta la leyenda,
se tiraban a los recién nacidos que resultaban de los viajes apasionados de los
habitantes del monasterio y el convento que lo rodean.
Callejuelas llenas de iglesias de mil tipos de cristianismo distintos,
edificios de época, óperas y teatros, monumentos everywhere, alguna cúpula llamativa y medio exótica,
y restos de lo que en tiempos fue la fortificación que rodeaba la ciudad, o una pared de la sinagoga con la que contaba la comunidad judía
antes de que en la Segunda Guerra
Mundial los alemanes arrasasen con todo.
Precisamente dónde solía encontrarse el pequeño barrio judío,
fuimos a comer el sábado. Y a pesar de toda la parafernalia de purificarnos las
manos antes de comer y no recuerdo qué otra costumbre judía nos hicieron hacer,
el restaurante estaba abierto en sabbath, que se supone que es el día sagrado. ¡Muy mal! Pero
la comida estuvo buenísima, nuestro camarero fue muy atento, y cuando le
pedimos la cuenta nos dijo que ahí los precios se regateaban. ¡Así que a
regatear! Nos pidió una locura por toda la comida y acabamos rebajando el
precio bastante, pero quería algo exótico y español como recompensa, así que mi
baraja española de Caixa Nova, que era todo lo que teníamos, se quedó en Lviv. Una
velada muy curiosa.
También el sábado subimos al ‘Castillo viejo’, una colina con una bandera ucraniana en lo alto, que antiguamente estaba
rodeada de castillos, fortificaciones, o algo así, no recuerdo bien. Las vistas
y la vegetación que hacía el aire (más) puro valieron la pena.
El
viernes por la tarde-noche cuando conocimos a nuestro huésped Yauhen, fuimos a dar una vuelta con él y a pesar de ser
bielorruso, nos llevó a probar comida típica ucraniana. Nos enseñó un pub
dedicado al inventor de la lámpara de queroseno, y otro al hombre que le dio
nombre al sadomasoquismo, Leopold von Sacher-Masoch, ambos fueron lvivianos y
sus pubs están decorados con cadansúa temática. En el segundo no llegamos a
entrar, pero fuera hay una estatua del amigo Leopold, dónde te puedes encontrar
a padres sacando fotos a sus hijos con él. Se ve que fue un escritor.
Y
a parte, visitamos un par de museos. En el de historia de Lviv, todo en
ucraniano, te puedes encontrar curiosidades del folclore local, como ropa,
instrumentos o utensilios para hacer mantequilla, por ejemplo, o uniformes,
armas, prensa y propaganda de la Segunda
Guerra Mundial y la URSS.
En el de chocolate, te cuentan la historia del cacao y el chocolate,
en ucraniano por su puesto, con carteles explicativos en inglés, en una pequeña
habitación llena de figuras hechas de chocolate negro que te tientan a darles
un mordisco como la Ópera de Sydney o la Torre de Pisa. Pero el tema en ese ‘museo’ es
que luego te regalan una caja llena de chocolates y te invitan a tomarte un
bizcocho con chocolate derretido y un café. Y si cantas delante del resto de visitantes,
te dan más bombones. Surrealista. Pero Óscar no se atrevió a salir a cantar la Rianxeira. Y por cierto, el
casco antiguo de Lviv está lleno de cafeterías, y las calles huelen a café que
da gusto. De hecho, a tienda con más éxito de la ciudad es una chocolatería que
siempre está llena y rodeada de gente haciendo cola para comprar chocolates o
tomarse un chocolate caliente. ¡Todos unos golosos!
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Todos contentos después de regatear. |
Y el sábado salimos de madrugada para ir a Przemysl, la
ciudad polaca dónde Óscar había quedado el domingo. Y de allí cogimos un tren a
las 17 que duraba cuatro horas, estaba petado (todo el mundo regresaba del
puente) y llegó a las 23, porque las viejas vías de tren polacas siempre dan
problemas. Pero el día en Przemysl valió la pena, porque es llegar a Polonia y
la gente te trata distinto. A los ucranianos les faltan unos cuantos años más
de turismo para recibir a los extranjeros abiertamente, sin desconfianza, y con la
hospitalidad con la que lo hacen los polacos. ¿O es una característica polaca que no puedes pedirle a nadie más? Y es que Przemysl nos trataron genial, visitamos
unos fuertes en un bosque precioso, nos hablaron de la historia de la ciudad, Óscar se llevó mil regalitos e incluso
nos invitaron a comer. ¿Qué más se puede pedir?
Resumen: Dormir poco, viajar mucho, andar mucho, y descubrir
mucho me curó del dolor de huesos y el resfriado que arrastraba desde el día en
que Cracovia las temperaturas bajaron a -1ºC y nevó. Moraleja: traveling’s good.
Y sí, ¡nevó en octubre! Ahora andamos sobre los 7º, ¡y
esperemos que se mantenga!
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Apretujada en el cómodo suelo del tren |
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Típica iglesia de madera/gasolinera |
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El pozo de la lujuria |
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Típico vendedor ambulante |
El caso, que más allá de que me leáis o no, esta inspiración
repentina me anima a escribir sobre mil cosas más, y a cuidar el blog, etc. Pero
no prometeré nada, la supervivencia de este blog la controlan mis emociones,
pero yo a ellas no sé controlarlas.
P.D. El Galansky y yo ya tenemos vuelo navideño. ¡El 20
estaremos de nuevo por Moaña!
P.D.2 Feliz San Martiño y feliz Día de la Independencia
Polaca.